El 13 de julio del 2018, el periodista Sergio Marín, llegó a la Iglesia Divina Misericordia a eso de las 4:00 p.m ; pensaba que cubriría la retirada de los universitarios que habían sido desalojados de forma violenta de la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua (UNAN Managua) Managua que por varios días mantuvieron ocupada.
El periodista llegó a pensar que el régimen les permitiría a los jóvenes retirarse a sus viviendas tras desalojarlos de la UNAN. Pero con el primer ataque a la iglesia justo al momento cuando él llegaba comprendió que estaba equivocado. Posteriormente cada minuto “se convertía en una angustia”. A esa hora algunos jóvenes pretendían dejar el sitio pero fueron impedidos a balazos.
Luego “pensábamos que a las 8 de la noche eso podría ser resuelto”, refiere Marín quien apunta que esto no sucedió y las horas de terror se extendieron hasta el amanecer.
“Cortaron la energía eléctrica y el fuego de las ametralladoras se incrementó”, señala Marín, quien recuerda que uno de los sacerdotes Raúl Zamora, el párroco, “lo que hacía era rezar”.
Según el recuento, esa noche trágica quedaron unos 200 jóvenes atrapados junto a sacerdotes, cuatro periodistas y médicos que acudieron a atender a los protestantes atrapados por el fuego de las fuerzas del régimen, cuando el periodista considera el régimen mostró al mundo que “era una dictadura cruel” y que dejó como resultado dos jóvenes asesinados: Gerald Vásquez y Francisco Flores.
No olvida golpe de la metralleta
Después de dos años del ataque, Marín no olvida la forma en que fue perpetrado y que dice los impactos dejados en las paredes es la mejor muestra de lo que allí ocurrió: “Un volumen de fuego que recuerdo el golpe de la metralleta y de la fusilería de alto calibre”.
El periodista destaca no solo el dolor allí experimentado, sino la valentía de los jóvenes “sobre todo entre las mujeres, un coraje que no había visto”.
“Cada vez que los muchachos cantaban el Himno Nacional en la esquina y en la parte interna de la Iglesia, la guardia respondía con fusilería pesada”, recuerda el periodista, quien menciona que en el interior a la incertidumbre se sumaba que había escaseado el agua, no habían baños suficientes, no había alimentos ni energía eléctrica.
Los ataques provenían de varios partes: del parque hacia la iglesia , del costado sur y de la parte este.
Fue un secuestro
Fue un secuestro, y decían “no sabemos si vamos amanecer”. Los celulares se habían descargados, y en el caso de los periodistas ya no podían transmitir y “el sonido de las metrallas eran impactantes “como que estaban en un combate, en guerra”. Los jóvenes disparaban un mortero y lo que recibían “era una andanada de balas de alto calibre”.
A las 5:00 a.m, una de las personas fue al baño a la Casa Cural y “se cruzó solo para recibir un charnel en el rostro”, dijo Marín. Esto ocurrió porque mientras ella se movía le dispararon en ráfaga, que impactaron en los ventanales de la Casa Cural y uno de los charneles de aluminio se le incrustró en el rostro.
Debido a ello todos debían estar “pecho a tierra”, porque indica Marín que si ellos detectaban algún movimiento te tiraban a matar”, que fue el caso de Vásquez, que levantó la cabeza “y un francotirador lo mató”.
Marín precisa que el ataque de la Divina Misericordia fue encargado a una fuerza paramilitar “que estaba tirando a matar”. A eso de las 8:00 a.m pudo ingresar el Nuncio Stanislaw Waldemar Sommertag, y otros sacerdotes que posteriormente lograron sacarlos de la iglesia donde habían sufrido una pesadilla.
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