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175 días en las mazmorras del Chipote

Entrada principal a instalaciones del viejo Chipote – Archivo

Durante los 175 días que Carlos Valle permaneció secuestrado, en su mayoría en las viejas celdas del Chipote, sufrió de todo, pero también resultó uno de los más incómodos para los policías orteguistas.

Tanto así, que durante ese tiempo lo cambiaron por cuatro celdas y así pudo comparar que la última, donde había estado el periodista Miguel Mora, era la mejor.

La celda 33, fue el último lugar adonde Valle fue conducido antes de ser trasladado a lo que se conoce como el nuevo Chipote.

Carlos Valle recién regresado a su casa – Cortesía

Anteriormente esa celda había albergado al periodista Miguel Mora, donde lo visitaron los eurodiputados y en los videos mostraron una celda oscura con un inodoro sucio.

Sin embargo, Valle expresa que al menos en esa celda había privacidad, con un inodoro y no como las otras celdas la 17, la 28 y la 7 donde antes había estado.

«Imagínese si la miraron horrible, ¿cómo serían las otras? Es la mejor celda porque tiene un inodoro… las otras celdas es un hoyo, donde uno tiene que agarrar pulso para hacer sus necesidades», expresa Valle.

Incluso dijo, «a veces uno tiene que agarrar plástico, porque a veces las heces quedan afuera. Una botella para poder echar las heces con las manos».

Al principio es bien difícil asimilar esa situación, apunta Valle, «uno tiene que agarrarse de Dios (y hasta) hablar con los gatos».

Valle dice que llegó a resignarse al cautiverio, porque pensaba que en su lugar podría estar su hija Elsa, por cuya libertad él mantuvo una campaña permanente antes de ser secuestrado por la Policía.

Su hija fue liberada poco después que él fue secuestrado, después de asistir con su familia a una marcha de autoconvocados.

Un preso molesto

El Ministerio de Gobernación mandó a Valle a su casa la semana pasada, es parte de un listado de cien presos políticos que les cambiaron medidas carcelarias. En su caso, nunca le iniciaron proceso judicial, pero tiene retención migratoria.

Mientras estuvo en el viejo Chipote, en las dos primeras celdas, Valle debió compartir con otros presos, en una de ellas con dos acusados de asesinar a una policía, que luego fueron liberados por no demostrarles el delito, y en la segunda, fue recluido junto a un jefe de un banda narcotraficante.

Carlos Valle cuando denunciaba en la CPDH por el secuestro de su hija Elsa Valle – Archivo

De esas celdas fue trasladado a la número 7, porque según le dijeron los policías: «Aquí te vamos a tener cerca para controlarte porque vos mucho jodés, hasta los presos se quejan, que no los dejás dormir».

Señala que esto fue porque él nunca dejó de gritar, lo que él dice eran consignas como: Nicaragua será libre.

Sin embargo, ya en la celda 7, los policías lo mandaban a callar porque le daba por cantar desde Nicaragua Nicaragüita hasta canciones románticas.
Y cuando trasladaron a Mora a La Modelo, los policías decidieron recluirlo en la celda 33.

Forman iglesia El Chipote

Aún detrás de los barrotes de sus celdas, los presos se las ingeniaron para participar en una especie de culto, en lo que Valle llama la iglesia del Chipote, donde alguien realizaba la oración, otros las alabanzas, himnos o brindaba su testimonio.

Y casi siempre los que estaban recluidos en las celdas más alejadas no escuchaban bien lo que decía el participante, pero sabían que había concluido cuando el más cercano decía amén y que iban transmitiendo de celda en celda.

Mientras estuvo allí encerrado Miguel Mora era quien hacía la oración inicial y cuando él decía amén, era porque ya había terminado y el resto iba diciendo amén, aunque no hubiesen escuchado bien lo que este había pedido por lo alejado de las celdas, recuerda Valle.

El día que los eurodiputados llegaron al Chipote, en enero pasado, Valle no estaba en esas celdas. Los policías lo sacaron y lo condujeron al Distrito Uno, donde lo lanzaron con las manos esposadas para atrás a una especie de corral.

En el sitio había un hormiguero, pero cuando otros presos se lo advirtieron ya era tarde. Imposible, que esposado pudiese levantarse de inmediato, las hormigas ya se le habían subido por el pantalón y nadie le auxilió. «Tuve que arrastrarme unos cuatro metros, no me pude quitar las hormigas».

Ese día desde las 7:30 a.m hasta a eso de las 12 del medio día, Valle permaneció con las manos hacia atrás y esposado.

A la fecha sufre el asedio por parte de patrullas que vigilan su casa, toman fotografías y apuntan las placas de los vehículos de las personas que le visitan.

Abuso y violación

Pablo Cuevas, asesor legal de la Comisión Permanente de Derechos Humanos (CPDH), refirió que hasta ahora desconocen que pasará con esas instalaciones, donde Valle pasó secuestrado y que en los meses de mayor crudeza de la represión, jóvenes mujeres fueron víctimas de abuso y violación en El Chipote.

En lo personal, Cuevas conoció tres denuncias, el de una joven mujer cuyo esposo fue condenado y el de una joven costeña que fueron abusadas sexualmente y el de una universitaria que fue violada por un policìa.

«Fue una manera de sometimiento político fue un hecho calculado por la represión», afirmó Cuevas.

No obstante, dijo Cuevas, desde hace mucho tiempo han conocido otras denuncias de tortura en El Chipote.

Recordó el caso de Carmelo Calonge, ocurrido en 2017, quien aseguró que «allí los policías lo tiraban a una silla que estaba electrizada y que en cuanto caía la silla lo expulsaba del choque eléctrico».

Así como hace unos cinco años, un taxista acusado de robo denunció, que en ese lugar le habían puesto choques eléctricos en sus testículos.


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